Un genio se ha ido

Hoy las palabras no fluyen, están atoradas. Se ha ido un grande. Pero en medio de toda esta turbulencia política, me pareció prudente dedicarle unas palabras a quien ha sido un mentor a la distancia. Se fue Vargas Llosa, pero su legado queda intacto. 

Vargas Llosa, quizá el último representante de una época dorada de la literatura latinoamericana, será recordado como un intelectual comprometido. Su voz fue clara y contestataria. Su mente, lúcida hasta el final. Un pensador con ideas firmes a quién nunca le tembló el pulso.

Su camino intelectual inició en el Comunismo. Pero la lectura y la exploración fueron apagando ese fanatismo peligroso. Viendo los riesgos tangibles del autoritarismo, se convirtió en amante y discípulo de la libertad. Sobre todo, Vargas Llosa ejemplifica que a través de la lectura se disipan los fanatismos de la política. 

Sus ideas se nutren de los grandes que pasaron antes de él: Flaubert, Joyce, Faulkner y muchos otros. Dentro del campo político influenciado por Sartre, Tolstoi y Dostoyevski. En entrevistas, mencionaba siempre que el escritor que deja de leer, deja de ser escritor. 

Realmente envidio a quienes pueden explorar su obra por primera vez. Tienen ustedes el privilegio de sentirse abrazados por sus narraciones que capturan el sentir latinoamericano con nitidez. Es un privilegio que permite mirar la historia regional mediante la literatura para entender los problemas sociales y políticos que nos siguen acechando aún décadas más tarde. Dentro del contexto ecuatoriano, tengo que recomendar su novela Cinco Esquinas. 

En la época de Tik Tok y la comunicación en 180 caracteres, su voz hará falta. Su fracaso en la política electoral debería ser una alerta sobre el tipo de líderes que buscamos. No votar por líderes preparados y leídos nos lleva hacia sociedades polarizadas e intelectualmente vacías. Vargas Llosa sin duda, como dice otro gran admirador suyo, ‘tenía los libros adentro’.

Mario Vargas Llosa fue un caballero, elegante e inspirador. Realmente inspirador. Deja huérfana a una generación de lectores latinoamericanos que devoran su obra para nutrirse de la honestidad intelectual que lo caracterizó. Su voz narrativa se apaga a los 89 años, pero sus ideas quedan más fuertes que nunca. Solo podrán morir el día que dejemos de leerlo.